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ELISA VALERIO

CURADORA Y CRÍTICA DE ARTE

María Freire y José Pedro Costigliolo
Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA)

ArtNexus, #121 (diciembre 2023-mayo 2024)

María Freire (1917-2015) y José Pedro Costigliolo (1902-1985) fueron una pareja de artistas uruguayos. Para comprender su obra conviene hacerlo entendiendo esta y su vida como un diálogo vital, inseparable la una de la otra. Esto es lo que se propone y logra en gran medida la muestra “María Freire y José Pedro Costigliolo: una relación constructiva” curada por Gabriel Pérez-Barreiro y expuesta en el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry en el departamento de Maldonado, Uruguay.

En las primeras obras de Costigliolo, producidas en las décadas del 20, 30 y 40, conviven la figuración de corte planista con varias composiciones y bodegones que retoman los lineamientos cubistas. Mientras que los primeros trabajos de Freire, 15 años menor, son de finales de los 40 y se trata de una serie de esculturas inspiradas en las máscaras africanas y oceánicas con ciertos rasgos geométricos.

 

La pareja se conoció en 1951 en la primera exposición de Artistas No Figurativos del Uruguay, que se realizó en la Facultad de Arquitectura en la ciudad de Montevideo. En la muestra participaron Freire y Costigliolo junto con Rhod Rothfuss, Guiscardo Améndola, Antonio Llorens, Oscar García Reino, Julio Verdié y Juan Ventayol.

 

Fue justamente durante la década del 50 que tuvieron su vínculo más estrecho con el grupo Madí y el grupo Arte Concreto Invención de Argentina, además del Grupo de Arte No Figurativo de Montevideo. Por esta época, la producción artística de ambos se asemeja notablemente, hay casos en los que se vuelve casi indistinguible su autoría. Estos trabajos tienen una marcada estética industrial o maquinista, incluso utilizan una laca de piroxilina para dar un acabado que borra todo trazo o gestualidad. Se decantan por un lenguaje exclusivamente geométrico, compuesto por líneas y figuras simples sobre fondos de color plano.

 

En su trabajo buscaron desmarcarse de la producción artística uruguaya y local de sus coetáneos, entre ellos de la fuerte influencia que había tenido Joaquín Torres-García con el Universalismo Constructivo. Como contrapartida, prefirieron vincularse al arte internacional; la abstracción y el arte concreto les permitieron asociar y poner en diálogo su obra con la de otros tantos referentes europeos (Piet Mondrian, Theo van Doesburg, George Vantongerloo, entre otros) y latinoamericanos (Tomás Maldonado, Judith Lauand o Geraldo de Barros) con los que se sentían más alineados de acuerdo a sus inquietudes artísticas.

 

Entre 1959 y 1962 desarrollaron una serie de obras matéricas —influenciados por el informalismo de la época—, en las cuales rompen con las formas nítidas y geométricas que venían trabajando en la década anterior, al mismo tiempo que incorporaban arena y otros materiales. Esto les permitió experimentar con un lenguaje más expresivo y orgánico. En estas obras se aprecia cómo a Freire este vínculo con la materia y el volumen le resultó bastante más accesible —dada su formación inicial en escultura, disciplina que pausó una vez que comenzó a compartir el taller con su esposo para no perturbarlo—; mientras que a Costigliolo no le fue tan favorable.

 

La obra de ambos encuentra su lenguaje individual a partir de 1963, cuando logran profundizar en sus inquietudes personales, si bien siempre con el diálogo y apoyo mutuo.

 

Costigliolo ahondará en su serie Rectángulos y cuadrados, a los que luego incorporará los triángulos, sobre soportes cuadrados, generando a veces composiciones más serenas u otras estrepitosas. Lo mismo sucede con los bordes y límites de estas figuras —algunos lineales y ordenados frente a otros más irregulares— y los fondos que las rodean. En toda la producción de esta serie, que es realmente copiosa y abarca dos décadas, se respira un ritmo, una musicalidad en la composición, algunas de tonos más agudos y otras más graves, de un tempo más rápido o más lento, como si cada pieza pudiera asociarse a una melodía en particular. En todos los casos hay un marcado dinamismo y un cuidado equilibrio. Curiosamente, Costigliolo pintaba mientras escuchaba música clásica.

Por su parte, Freire va a dedicarse a generar formas abstractas abiertas, interconectadas y fluidas, que resuenan con diferentes iconografías ancestrales, sobre todo las series Córdoba y Capricornio, que retoman en cierta medida las formas que había desarrollado anteriormente en la serie Sudamérica. En su trabajo las formas se recortan del fondo, con ciertos juegos de encastre y movimientos entre sí, hay una marcada verticalidad en muchas de ellas a veces dada por el fondo en franjas de color. Esta artista tiene un dominio del color, ya sea de tonos fríos o cálidos, lo que se observa aún más en las series Variantes o Vibrantes.

Freire vuelve a trabajar el volumen una vez que fallece Costigliolo. Para ese entonces tenía ciertas limitaciones físicas que le dificultaban enormemente la tarea; por eso se apoya en ayudantes y estudiantes que realizan las piezas que ella diseña. Igualmente, en sus esculturas encontramos de nuevo estas secuencias de formas conexas que generan columnas o diferentes volúmenes de calados fluidos.

En las tres décadas que sobrevivió a su esposo, Freire revisitó y volvió sobre su obra anterior, más concreta, de los años 50. En simultáneo, gestionó el legado de Costigliolo y el suyo propio. Las investigaciones artísticas de ambos recibieron poco reconocimiento hasta los 2000; sin embargo, desde entonces se ha venido revalorizando su contribución al arte moderno  uruguayo y latinoamericano. Actualmente, la obra de Freire ha alcanzado mayor reconocimiento que la de su esposo, integrando la colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, entre otros.

 © 2024, ELISA VALERIO

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