CURADORA Y CRÍTICA DE ARTE
Ricardo Lanzarini
Centro de Exposiciones Subte
ArtNexus, #124 (junio-noviembre 2025)
Ricardo Lanzarini dibuja hace más de treinta años; su obra es distintiva y nos permite identificarla en cualquier superficie y formato. Sin embargo, cuando combina la ilustración con los artefactos escultóricos, que viene creando desde los años 90, se producen singulares encuentros que arrojan nuevos significados. Cuando nos adentramos en una de sus exposiciones site-specific no sabemos exactamente con qué nos vamos a encontrar, ya que el artista explora, invade y traspasa todos los materiales y límites posibles a través del dibujo.
La ilustración en su trabajo cobra otra dimensión. Su trazo, veloz e inequívoco, va generando curiosos figurines cargados de ironía y sarcasmo. Estos personajes aparecen expuestos en su corporalidad desbordante –como el dibujo, que desborda las paredes y las hojas de papel kraft–. Se trata de figuras regordetas, con manos y pies delicados, algunos desnudas y otras en trajes de baño o ropa interior colorida y floreada, con algunos elementos o expresión característicos, como una gorra o un par de lentes. Estos personajes pueden adquirir un tono surrealista; algunos están inspirados en figuras públicas [curas o militares], mientras que otros surgen del recuerdo y de la pura invención –personajes todos ellos que se vinculan de una forma u otra con la historia de vida de Lanzarini–. Sean reconocibles o no, siempre están cargados de una mirada crítica política y social impregnada de un tono jocoso. De esta manera, las figuras quedan expuestas en su intimidad y en su cotidianeidad, dado que el artista los presenta en situaciones y escenas de la vida cotidiana, como la cocina o el baño.
En esta gran instalación de 600 m2, que se presenta en la sala central del Subte, las ilustraciones recorren y acaparan las paredes y columnas del lugar. El espacio se nos presenta al desnudo, casi vacío, con la sola intervención de sus blancas paredes y la zona central con una estación de artefactos escultóricos. La sala se vuelve diáfana y las dimensiones se expanden; el único límite es el de nuestro horizonte visual. El trabajo que viene desarrollando Lanzarini desde hace años interpela el concepto de límite; para él, cualquier superficie puede ser dibujada e intervenida, desde las pequeñas hojillas de cigarro hasta una habitación en sí misma o el espacio público: el trazo lo cubre todo. Se trata de un arte de contingencia, según el artista. No hay un boceto previo, sino que las figuras y situaciones van surgiendo de forma espontánea, lo que a veces genera peculiares encuentros con un vértice, un enchufe o un zócalo.
En medio de la sala, iluminados por una claraboya, se erige un conjunto de artefactos construidos a partir de viejas bicicletas, modificadas y adaptadas, que se encuentran elevados, como suspendidos en el aire, a la espera de que algún transeúnte los active. Estas estructuras metálicas se nos presentan como posibles insectos de grandes proporciones y largas extremidades, o como antiguos proyectores de cine. El movimiento mecánico de dar pedal genera energía que, a través de un extenso cableado y un sistema de poleas, enciende y apaga unos focos de luz. Las bombitas de filamento de luz amarilla dirigen nuestra atención a algunos de los tantos momentos ilustrados. Así, se van generando distintos acentos en el dibujo y en el espacio, a medida que el público interactúa con la obra.
Es preciso señalar que esta estación mecánico-eléctrica también opera como un dibujo tridimensional; tanto las estructuras metálicas como la red de cableado generan trazos cargados de gestos curvilíneos –al igual que en el dibujo– que intervienen el espacio. Se establece un diálogo entre el dibujo y los artefactos escultóricos, así como también entre la obra y el público. Esta rudimentaria y artesanal red eléctrica tiene la capacidad de arrojar luz, literalmente, sobre el dibujo. De esta forma, la iluminación se vuelve un componente clave en la elaboración de sentido: iluminando a los personajes y escenas con un magistral uso de la ironía y la polisemia. El recurso de la luz genera un juego de acentos y ecos, entre luces y sombras, voces y silencios.
Lanzarini viene realizando este tipo de instalaciones site-specific en las que pone en relación los artefactos y el dibujo desde su participación en la 5a Bienal de Moscú [2013]. En cada edición y contexto, la obra se vuelve diferente, ya que el edificio y las condiciones inciden en el resultado. En este tipo de trabajos el proceso creativo es de vital importancia, ya que el artista habita el espacio expositivo por semanas mientras crea la obra. Como consecuencia, se generan un entorno y un momento de gran intimidad y alienación en el cual el artista produce la obra, donde no hay lugar para el error o para la enmienda; todo se vuelve parte del proceso.
La muestra “Electrocardiograma escultórico”, curada por el reconocido teórico paraguayo Ticio Escobar, cobra sentido desde la divergencia. No se trata de una propuesta lineal y unívoca, sino que se regocija en la incertidumbre y en su carácter manual, artesanal y mecánico, que no hace otra cosa que recordarnos nuestra humanidad.